miércoles, 2 de septiembre de 2015

LEYENDA: CREACION DEL SOL Y LA LUNA

Hace muchos siglos vivía una anciana y con ella vivió por mucho tiempo una huérfana. Muchos hombres del pueblo quisieron casarse con la huérfana, pero ella a nadie quiso; odiaba a los hombres. Luego sucedió que un día, sin pensar, tuvo relaciones con un extraño. No se dio cuenta que él solo la estaba engañando, hasta que ella sintió que estaba enbarazada. Cuando su abuela vio que estaba encinta, entonces la corrió de la casa donde vivían.
La pobre salió de la casa en que vivía y se fue. Ella se encontró con una ardilla la cual se mecía en un bejuco.
La ardilla le dijo a la mujer: ¿No quieres columpiarte? Vamos a mecernos. ¿Está bien?
Ella contestó: Está bien. Entonces la mujer subió al bejuco. Cuando había subido, la ardilla le dijo: Permíteme amarrar fuerte el bejuco; así se puede uno columpiar mejor. Ella contestó: Está bien.
Entonces la ardilla, en lugar de arreglar mejor el bejuco, aflojo todo, diciéndole a la mujer: Ya lo amarré bien; te puedes columpiar ahora. Entonces la mujer comenzó a columpiarse y cuando estaba meciéndose fuerte, se quebró el bejuco y la mujer se cayó y murió. La pobre estaba encinta y casi lista para dar a luz a un niño.
El zopilote rey supo que la mujer estaba allí muerta y bajó a donde ella estaba. Entonces el niño empezó a hablar desde donde estaba dentro de la mujer y dijo:
Respetada anciana; hazme el favor de abrirme.
El zopilote le contestó: Está bien así.


Entonces empezó a picotear para abrir adonde estaba el niño. Estaba tan duro que se le quebró el pico, en el momento en que iba a nacer el niño. Entonces le hizo el favor, cosiéndole el pico con un pedazo de cuero.
Luego el zopilote rey sacó a dos niños, pues eran gemelos, un hombre y una mujer.
Estos niños crecieron hasta ser grandes. Entonces dejaron al zopilote rey y tomaron otro camino. Llegaron a la casa de sus abuelos y allí vivieron. Un día fueron los tres, el anciano con sus dos nietos, a sus tierras. Allí se quedaron unos dos, tres días.
Cuando pensaban regresar a la casa, los nietos mataron al abuelito. Tasajearon su carne y la secaron sobre la lumbre. Al regresar del campo para irse a la casa, pensaban cómo engañar a la abuela diciendo que sólo habían matado un animal con su flecha.
Cuando a la casa, su abuela les preguntó por su esposo. Entonces contestaron: Él viene atrás de nosotros, aquí hay carne seca de un animal que matamos.
La abuela agarró su cántaro y un pedazo de carne y se fue a traer agua.
Caminaba hacia el pozo de agua cuando oyó que decía un pajarito: te estás comiendo a tu marido. Volteó la cara y no vio a nadie.
Entonces otra vez el pajarito dijo: Te estás comiendo a tu marido.
Ella contestó: ¿Cómo va a ser que me esté comiendo a mi marido? Mi nieto mató a un animal.
Entonces ella fue a traer agua. Mientras tanto sus nietos envolvieron la carne en un petate y la pusieron donde se guarda el maíz.
Cuando ella regresó a la casa les preguntó: ¿Ya llegó su abuelo? Dijeron que sí, y que estaba enojado y ya quería su atole.
Entonces preparó el atole para su marido. Sus dos nietos llevaron el atole a donde se guarda el maíz y allí se lo embarraron en la cara.
Cuando regresaron a la cocina dijeron a la abuelita: ¡Mira lo que nos hizo!
Entonces la abuelita agarró un mecapal (correa de cuero empleada para llevar cargas a cuestas) y fue donde se guarda el maíz. Allí pensaba encontrar a su marido. Cuando la anciana le dio un golpe al petate, salieron muchas avispas que la picaron. En ese instante sus nietos empezaron a correr y la abuela los persiguió porque la habían engañado.
Los muchachos se encontraron con una tuza. Le pidieron a la tuza que los escondiera. La tuza los escondió en sus dos mejillas.
Cuando la ancianita llegó le preguntó a la tuza: ¿No has visto a alguien que haya pasado por aquí?
La tuza dijo: No he visto a nadie porque me duele mucho una muela.
Cuando se fue la anciana, los nietos salieron de la boca de la tuza y se fueron por su camino. Llegaron a un pueblo y pidieron posada.
Cuando el dueño de la casa ya se iba a dormir, les habló de adentro de la casa. Duérmanse allá afuera. Cuando venga el animal que se lleva a la gente en la noche, me avisan para que pueda matarlo con mi flecha. Se ha llevado mucha gente. Se acostaron en el corredor y ni sintieron cuando el animal vino a llevárselos.
Cuando amaneció, los huérfanos vieron que se encontraban en un lugar muy feo en la cima de un peñasco. Había muchos huesos de gente que habían muerto allí. También había gente que acababa de llegar y otros muy flacos. Vieron que el animal grande que se había llevado a la gente, estaba durmiendo. Entonces el muchacho dijo: Vayan a juntar leña, vamos a matar al animal y a quemarlo.
Entonces el muchacho dijo a sus amigos: Junten sus cenizas, y dijo a su hermanita: Orina sobre la punta de la piedra y di que crezcan bejucos blancos y rojos.
Así lo hizo la mujer pero ni hojas nacieron. Entonces el hombre empezó a orinar y dijo; ¡Bejucos blancos y rojos crezcan, crezcan, crezcan! Luego crecieron los bejucos y cubrieron todo el peñasco. Todos bajaron del peñasco por los bejucos. Allí había milpas y campos de caña, y todos empezaron a comer maíz y chupar caña porque se estaban muriendo de hambre.
Los dos huérfanos siguieron su camino y llegaron a otro pueblo donde los reyes y los ricos estaban haciendo fiesta para que sus hijos pudieran ser el sol y la luna. A la mañana siguiente fueron al camino para ser el sol y la mujer la luna. La gente dice que se encuentran allí hasta ahora.

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